viernes, 11 de junio de 2010

Aranda y el Duero

No es la primera vez que me encuentro con ese río amplio y profundo, de aguas verdes y lentas que surcan la meseta castellana y dividen el viejo territorio entre los cristianos bárbaros y los musulmanes sofisticados.  Al bajar de Burgos hacia Aranda del Duero, ésta sensación de frontera se fortalece, campos sembrados relativamente vacíos, algunos pueblos en las alturas con palacios que parecen fuertes (Lerma).

Aranda del Duero no aparece mucho en las guías turísticas.  Es la mayor ciudad de la región, más de 30.000 personas, y tiene un centro histórico bastante bonito.  La Lonely y la Handbook señalan la existencia de dos iglesias notables y el olor a cordero asado en las calles.  Este cordero se llama lechazo, porque se lo mata antes que pruebe el pasto.  Se supone que debe ser lo más tierno que se puede comer.  El resultado es una mezcla entre la carne de lomo argentina y una chuleta de cerdo, demasiado rosadito y convoca fibra para mi gusto, y definitivamente sobrevaluado por los locales.  Deben ser los años de comer buena carne prácticamente cuando uno quiera (y no necesariamente lomo).  Las vacas en Europa están más protegidas que los inmigrantes o las mujeres golpeadas. Matar una para comerse el lomo no es costumbre por estos lares.

En Aranda me hospedo en la casa de una chica que fue contratada por el Consorcio de la Ribera del Duero para fomentar el turismo en la zona.  La ribera en las provincias de Valladolid y Burgos es conocida por sus vinos, mejores que los de La Rioja (española), menos conocidos aún por el público internacional.  Esa primera noche en Aranda me presenta a la hija de un exitoso empresario local, sommelier premiado como el mejor de España hace unos años, que ha abierto una bodega que tuvo un crecimiento meteórico, El Lagar de Isilla.  Visitamos su restaurante, bajo el cual hay una bodega subterránea del siglo XIII, y que se extiende por túneles aún inexplorados que conectan todo el subsuelo de Aranda en una red de 7 kilómetros. Leyeron bien, hay actualmente 7 kilómetros de corredores bajo el suelo de una ciudad pequeña (de los originalmente 14 en la época de oro del vino arandino, allá por los siglos XV y XVI).  Cuando el Consorcio de la Ribera culmine su trabajo, ésta red de túneles va a ser conocida en todo el país y se va a convertir en uno de los principales atractivos turísticos del centro de España.  Lo leyeron aquí, que se sepa.

Los vinos del Lagar se componen principalmente de la uva “tempranillo”, llamada aquí Tinta del País.  Si un vino contiene entre el 85 y el 90 por ciento de esta uva, puede pedir la certificación como “Vino de la Ribera del Duero”, una denominación de origen que asegura su procedencia y funciona como una marca para promocionarlo en el mundo. Este sistema de denominaciones unifica a las distintas bodegas frente a la competencia de otras zonas y países, y parece ser muy efectiva. Tal vez podríamos hacer algo parecido en Argentina fuera de poner el nombre de Mendoza o Salta en la etiqueta. Un poco de cooperación nunca viene mal.  En todo caso las bodegas también pueden producir otros tipos de vino (les dicen “de autor”) y éstos no van a llevar la etiqueta de de la denominación.  El vino es excelente, y bebido en cuantiosas cantidades en todos los bares y restaurantes.

El plan era permanecer en Aranda solo un día, pero me quedo tres.  Visito Peñafiel, un pueblo hermoso con su propio castillo monumental y una de las plazas de toros más antiguas del mundo (ver fotos).  También paso por Peñaranda, y por la bodega industrial del Lagar de Isilla, en otro pueblito llamado, justamente, La Vid.  La campiña del Duero es relajante y  bucólica, y aunque el clima en estos días es frío y lluvioso, la gente es amable y se toma la vida con mucha calma.  Si no hay mar cerca, el vino mejora la vida cotidiana.  La infraestructura turística todavía no está del todo preparada.  Como en todo Castilla, siempre se dirige hacia los turistas de alta gama.  Pero hay un futuro escondido entre los viñedos, un Cafayate que pugna por salir y que en cualquier momento es tapa de las revistas de viajes.  Hay que visitar la Ribera antes de la masificación.  Lo leyeron aquí, y que se sepa.

Hoy me encuentro en Soria, mi ultimo destino junto al Duero (mucho más al Este) y mi última ciudad en Castilla y León.  Ha sido un interesante viaje por la historia entre los siglos X y XVI, un viaje por el proceso de “Reconquista” del territorio español para los que ahora se llaman “españoles”, un viaje solitario compartido con la gente del lugar, sin mochileros.  De aquí en adelante se vienen las montañas y las fiestas de verano en todos lados.  Es un cambio bienvenido, pero voy a echar de menos la libertad de sentirse un descubridor en tierras relativamente poco visitadas.  No es necesario viajar a la Patagonia para estar en tierra de frontera. En medio de un país cuasi-Europeo, toda Castilla lo es.  Cambio y fuera.

PD: Pilar, la hija del dueño de El Lagar de Isilla, ha sido nombrada hace una semana como una de las seis mejores sommeliers de España. No sabemos si es la cuarta, quinta o sexta, porque sólo han definido los lugares precisos para los primeros tres.  Al momento de irme de Aranda, Pilar estaba dando entrevistas para la televisión de Castilla y la de México.  Se nota en el vino.

Algunas fotos de otros lugares:

  ¿Bicententenario?  León ya pasó el Milenario

Baño para discapacitados en un Museo

Para tomar de la canilla

¿Batman a caballo? Mas o menos, es el Cid Campeador

Un amigo que hice en Burgos.

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